Junio de 2007
Mientras leía la acertada investigación “Iguales en méritos, desiguales en oportunidades; acceso de mujeres a los sistemas de administración de justicia” se me venía a la cabeza una conversación que tuve hace mucho tiempo atrás con un competente profesor de sociología.
Como ocurre en Italia a menudo, era el período de los concursos universitarios. Estos concursos sirven para ascender en la jerarquía académica y funcionan como, creo es el caso, en la carrera de los magistrados de los seis países en estudio, más o menos por cooptación.
Bien, esa noche me había invitado a cenar la mujer del profesor, también ella es una importante profesora además de feminista. Cuando hice notar el extraño hecho de que muchísimas mujeres estaban en los niveles más bajos de la carrera y prácticamente su presencia era inexistente en los niveles más altos, el profesor no se inmutó, y aunque su mujer lo mirara atónita, sentenció que eso sencillamente significaba que los hombres eran mejores
que las mujeres, visto que los concursos, como todo el mundo lo sabía, eran absolutamente objetivos… Y aún cuando lo fueran ¿qué es la objetividad? En un mundo dominado por la perspectiva masculina que pretende ser neutral, la objetividad consiste en considerar las cualidades tradicionalmente masculinas como las mejores, como el estándar con el que se mide todo. De esta manera, el modelo de juez, así como el de profesor, de político, etc., es un modelo “masculino”