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Boletín 3 | Seminario internacional

Por Luz Piedad Caicedo, directora de gestión de conocimiento e investigadora senior de la Corporación Humanas

El seminario dejó una conclusión clara: comprender el crimen organizado hoy exige mirarlo como un fenómeno estructural, profundamen te patriarcal y conectado con economías globales ilícitas.

En el vigésimo aniversario de Corporación Humanas, el seminario “Crimen Organizado y Seguridad Feminista” reunió a investigadoras, activistas y especialistas que, desde diferentes campos, propusieron una mirada renovada sobre las violencias criminales y sus múltiples impactos. A diferencia de los debates tradicionales sobre seguridad, este encuentro situó en el centro a las mujeres y exploró cómo el patriarcado, las economías ilícitas y la fragmentación de los grupos armados reconfiguran hoy la vida en los territorios. Fue un espacio para pensar la seguridad no desde la fuerza, sino desde la vida cotidiana, la desigualdad y el cuidado.

Las intervenciones trazaron un panorama sobre las formas contemporáneas del crimen organizado. Carla Álvarez mostró cómo las armas de fuego sostienen un sistema amplio de violencias contra las mujeres, que va de lo letal a lo simbólico. Elizabeth Dickinson evidenció cómo las economías criminales operan con lógicas empresariales que precarizan aún más la vida de las mujeres, invisibilizando sus roles y su agencia. Inge Valencia explicó cómo las gobernanzas armadas se sostienen en el control de las poblaciones más que en la disputa militar, una realidad palpable en las zonas fronterizas y en los territorios donde se entrecruzan migración, minería, cultivos ilícitos y violencia selectiva. Por su parte, María Camila Moreno invitó a pensar las “zonas grises” en las que actores armados y comunidades interactúan, construyendo legitimidades complejas que desafían la separación rígida entre lo legal y lo ilegal. Mónica Maureira llamó la atención sobre la desaparición de mujeres y niñas como estrategia de control territorial, un fenómeno sostenido por la impunidad y el abandono institucional. Finalmente, Luz Piedad Caicedo mostró cómo la tercerización del crimen y la pérdida de jerarquías han dificultado la protección de la población, especialmente de niñas, adolescentes y mujeres sometidas a normas impuestas por bandas locales.

El conversatorio entre Angélica Bernal Olarte y July Samira Fajardo Farfán profundizó en el corazón del debate: ¿qué significa hablar de seguridad desde el feminismo? Bernal cuestionó el paradigma tradicional que prioriza al Estado y al capital por encima de las personas, y advirtió que la respuesta militar reproduce las violencias que pretende resolver. Fajardo, por su parte, planteó que más que una “seguridad feminista” cerrada, necesitamos enfoques feministas de la seguridad: soluciones colectivas, preventivas y orientadas al bienestar. Ambas coincidieron en que es necesario transformar la pregunta misma de la seguridad, centrándola en la vida y no en las lógicas militares.

El seminario dejó una conclusión clara: comprender el crimen organizado hoy exige mirarlo como un fenómeno estructural, profundamente patriarcal y conectado con economías globales ilícitas. Frente a ello, los enfoques feministas amplían el horizonte de lo posible: priorizan la vida, reconocen la agencia de las mujeres, defienden el tejido comunitario y proponen políticas que respondan realmente a los riesgos diferenciales que ellas enfrentan. No es solo una crítica al militarismo; es la invitación a construir otros sentidos de protección, más amplios, más democráticos y más cercanos a la realidad de quienes habitan los territorios.

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